Homenaje póstumo a Niágara, la paciente más longeva del veterinario Óscar Robert

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Se llamaba Niágara porque, siendo una cachorrita, generaba enormes charcos a la hora de “ir al baño”. Así se ganó el nombre de las famosas cataratas canadienses.

“Era una bolita con patas cuando la trajimos; tenía como dos meses y medio”, cuenta María Laura Arce, dueña de la que, hasta el lunes anterior, fue la paciente más longeva del veterinario Óscar Robert.

Ese día descansó Niágara, a sus casi 17 años, luego de una vida plena al lado de la familia Arce Saldías, vecina de Pinares de Curridabat, San José.

Educada y buena. Tal y como la describe el doctor Robert, la recuerda su dueña.

“Por ejemplo, yo me despertaba y ella quería salir del cuarto, pero como era toda educadita, nada más alzaba la cabeza y me movía la colita, sentada en mi cama”, rememora la propietaria.

La inteligencia y astucia eran otras de sus virtudes. Sin importar el momento, al subir al carro, la perrita intuía que justo ese día sería la visita al veterinario.

“Iba medio lloriqueando en el carro, pero luego se portaba bien con el doctor”, prosigue Arce.

Niágara también fue valiente. A los siete años sufrió una infección que la dejó postrada por alrededor de cuatro meses, pero salió adelante.

“Con ayuda del doctor (Robert) le pagamos a hacer una silla de ruedas. Luego se la donamos a él para que la regalara a alguno de los perritos a los que él ayuda, como siempre está involucrado en causas sociales”, expresó la dueña de Niágara.

Esta perrita salchicha trajo al mundo a cinco cachorros. Una de ellos, Etelvina Macarena, convivió también con la familia Arce Saldías. Descansó antes que su madre; llegó a los 12 años.

Ella también fue paciente del veterinario Robert. “El doctor siempre ha sido cariñoso, muy profesional. No solo preocupado por sus pacientes, sino que también hace un gran esfuerzo por los otros animalitos que no tienen dueño o que están abandonados”, comenta Arce.

Lealtad fue otra de las cualidades de Niágara. “Esperó” a que llegaran sus seres queridos para dejar este mundo, asegura la dueña.

“Siempre fue muy resoluta. Ella sabía dónde quería ir. Estuvo esperando a mis papás a que regresaran (estaban de viaje), y aprovechó que estaba conmigo, porque yo estuve fuera cuatro meses el año pasado”, afirma.

Sin embargo, de todas sus características, la principal fue todo el bien que profesó a sus allegados.

“El recuerdo más bonito de Niágara es ese amor incondicional que (los perros) le tienen a uno”, concluyó la propietaria.

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